Rebelión de los Duendes - No Lectores

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domingo, 16 de abril de 2017

Rebelión de los Duendes



- Hoy es el día. Definitivamente es el día -  se repetía constantemente Haroldo mientras miraba a sus temerosos compañeros. El silencio era tétrico, solo se podía escuchar el leve sonido del castañeo de dientes del grupo. - Probablemente tengan frío - pensó para sus adentros Haroldo -, ya que en esta época del año las temperaturas fácilmente podrían bordear los -40° Celsius. Pero no, ese no era el motivo de los involuntarios temblores que les afectaba sino el miedo. El sudor frío y sus expresiones faciales los delataba.

 Habían planeado hace mucho este momento. Ya habían logrado sin mayores dificultades sustraer y ocultar durante meses picos y palas de las minas de carbón, destornilladores y trozos de plástico de la fábrica de juguetes que posteriormente afilarían para la ocasión, sin que los inoperantes capataces se dieran cuenta. El momento había llegado, tenía que haber llegado, este sería el último invierno en que Haroldo sería útil para sus funciones. Con el paso de los años su cuerpo era demasiado grande para los estrechos túneles de las minas del norte, y sus manos poco finas y muy torpes para la confección de juguetes. Pronto sería abandonado a su suerte en el frío polo norte, posiblemente presa fácil para las bestias cuernas que habitaban de manera tan mal alimentada esa región.

 Explosiones empezaron a sonar a lo largo de la fábrica y la mina. Era la señal. Haroldo apretó fuertemente la pala que sostenía en sus manos. La rebelión era inevitable. Había que poner fin a los abusos, nunca más serian forzados a trabajar bajo el pretexto de un mal comportamiento, debían volver con sus familias.
Todos los días Haroldo recordaba, sin poder evitarlo, a aquel hombre con evidente sobre peso, barba descuidada y constante pestilencia a ginebra que lo separo hace seis años de sus padres, ahora menos que nunca.

 Ahora aquel repulsivo ser yacía en el suelo llorando a la espera de que Haroldo ejerciera todo su peso corporal en la fría y oxidada pala que permanecía firmemente sobre su cuello, solo quedaba pensar como explicarían todo lo sucedido una vez volvieran con sus familias.



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